
El despertar de una inquietud
Esta mañana me dirigía en tren a una reunión, observando el paisaje que, como siempre, pasaba fugazmente ante mis ojos. Y entonces me ha asaltado una idea: todo lo que comienza ya está muriendo. El trabajo que estaba a punto de iniciar tenía una fecha de caducidad, igual que el trayecto que me llevaba a él, igual que el propio día que comenzaba. Y si cada inicio es el germen de su final, ¿no significa eso que el acto de nacer es también, inevitablemente, el inicio de la muerte, pero en dirección opuesta? Como si fueran la misma fuerza vista desde extremos diferentes.
La falsa ilusión de la permanencia
Pensamos en la vida como una línea que avanza, pero quizá deberíamos verla como un ciclo: nacemos y, sin darnos cuenta, comenzamos a despedirnos. La finitud nos rodea, incluso cuando creemos estar aferrados a momentos que parecen infinitos. Pero, ¿qué nos pertenece para siempre?; ni siquiera el instante en el que estamos atrapados ahora mismo.
El constante tránsito entre versiones de uno mismo
Nos engañamos creyendo que lo que vivimos es eterno, que podemos detenernos en el tiempo y quedarnos allí, pero todo sigue avanzando, llevándose consigo lo que éramos, lo que pensábamos. Y así, dejamos atrás versiones de nosotros mismos, fragmentos de pensamientos y emociones, en un constante morir y renacer.
El propósito de los pensamientos
A veces me pregunto si es normal pensar tanto. Si estos pensamientos que me visitan tienen un propósito. Pero quizá el propósito no sea otro que existir, llegar sin aviso, sacudir el orden de lo cotidiano y luego marcharse. Y en esa ida y vuelta, en ese pequeño morir de cada pensamiento, nace otra idea, otro cuestionamiento, otra posibilidad.
El eco de la reflexión
El tren ha llegado a su destino. La reunión ha comenzado y terminado, según lo previsto. Ahora, esta reflexión existe, escrita en palabras que algún día también se desvanecerán. Pero algo quedará, aunque solo sea la sensación de haber pensado, de haber sentido, de haber existido en esta pregunta que sigue abierta: ¿es nacer morir en dirección opuesta?
Si cada inicio ya contiene su final, si cada pensamiento está destinado a desvanecerse, ¿qué queda de nosotros cuando todo sigue moviéndose? Tal vez la única permanencia sea la huella que dejamos en quienes nos leen, nos escuchan, nos recuerdan. Tal vez no somos más que fragmentos de instantes que mueren y renacen con cada palabra.